Muchos pensaron que las pasadas Navidades no podían aventurarse
a ser más tristes. Los más afortunados veíamos mermados nuestros ingresos,
muchos ni siquiera los habían visto en todo el año por finalizar y a otros muchos
el nuevo año les traía más de los mismo que a muchos otros, un eminente desempleo
y más desesperanza. Los pobres comerciante vieron como sus pequeños negocios no
hacían el agosto al que están acostumbrado en diciembre, y que compensa la
dureza de sus horarios y sus sacrificios a lo largo de todo el año. Y todos, en nuestra osadía, pensábamos que
nada podía empeorar las cosas más.
Y fuimos capaces de ir tirando. Con poco y aún con menos,
pasaron las fiestas. La familia, la alegría de los pequeños, el buen tiempo nos
hizo olvidar un poco la desdicha de ser menos ricos. Hasta que llegó la ansiada
víspera de Reyes, para los mayores porque produce alivio y a los pequeños porque
les llena de ilusiones. Entonces llegó la noticia…un pequeño, llamado Miguel,
como el de nuestra casita, había sido arrollado por una carroza en la Cabalgata
de nuestra capital, resultando muerto.
Creo que para ningún padre y madre en Málaga, esta víspera de
Reyes ha sido la misma. Todos vimos reflejada en la imagen de ese pequeño la de
nuestros peques, saludando a los Reyes y recogiendo con avidez esos caramelos que,
por el mes de marzo, suelen acabar en el cubo de la basura. Todos sentimos una
profunda amargura al colaborar con esa misión, que una vez al año, nos piden
los Reyes Magos y nos hace tanta ilusión cumplir por nuestros peques. Todos tratamos
de soportar un poco en nuestra alma el peso y la pena tan desgarradora que
debieron de sentir los padres de Miguel aquella desgraciada tarde.
Ha muerto un niño por un simple caramelo- oí decir entre los
niños el día que comenzaron las clases. Ya lo había oído en otros adultos el
día anterior.
No ha muerto por un caramelo- le explique a mi hija- ha
muerto por algo que consideraba importante. Fue un héroe al enseñarnos a todos
una lección. Hemos de ser capaces de pararnos a contemplar al pequeño
Miguel: todos deberíamos de saber morir minuto a minuto por las pequeñas cosas
que valen la pena y que no valoramos, preocupados por nuestras pérdidas y
ganancias materiales, por la devaluación de nuestro propio precio.
Saber morir un poco para que otros rían a pesar de nuestras
pequeñas preocupaciones, morir un poco para superar nuestro cansancio y
permitir al otro que descanse, morir un poco para permitir a ese otro que ocupe
el lugar que tanto desea, morir un poco para dar la vida a otros, morir un poco
para que nuestros hijos coleccionen buenos recuerdos… Todos morimos un poco
cada día y casi siempre por algo parecido a un simple caramelo… ¿Cuál será
nuestro sabor favorito?
Deseo imaginar que
los Reyes están un solo día al año en la tierra, repartiendo ilusiones. El resto
del año, permanecen allá arriba, en
lugar que me gusta llamar Cielo. Allí atesoran nuestros pequeños esfuerzos tornándolos
en dulces caramelos. Con ellos, pienso, se encuentra
hoy el pequeño Miguel, junto a otros pequeños que también marcharon temprano,
envolviendo, felices, nuestras gotitas de
vida en pequeños cuadraditos de papel celofán con alegres colores. Solo ellos
entienden que estos están bien cargados de la ternura y, muy especialmente, del sacrificio
diario y gustoso de los padres. Padres a los que, esta Navidad, un pequeño con nombre de ángel, nos enseñó a valorar el mayor tesoro que hemos recibido: nuestros
hijos e hijas.