He de reconocer que esta primera excursión fuera de nuestra localidad me sorprendió agradablemente. No solo me contagié del entusiasmo que mostraron los peques cuando nos dirigíamos hacia el Aula del Mar, y se nos presentó ante nuestros ojos nuestro imponente Mar de Alborán sino que llegué a sentirme una más entre ellos.
Sobre el atalaya que nos suponía los asientos del autobús contemplábamos entusiasmados las olas y el azul intenso que lo caracteriza en los días soleados.
Si para cualquier malagueño, el mar le evoca recuerdos imborrables de su infancia, para los que hemos vivido los primeros años junto a este, muchísimo más. La sensación de la arena en los pies descalzos, el olor de la playa, la aspereza de las piedras, el tacto de los miles de tesoros que encontrábamos en la orilla, el olor de la candela y de las sardinas asadas, el tan-tan de tus pies al colarte en las barcas, el rumor de las olas junto al lejano eco de la canción del verano en la máquina tocadiscos del merendero cercano, aquellas ratitas hechas con conchas con las que obsequiaba año tras año a mis amigas francesas. Y si de verdad has vivido el mar, es que lo has de vivido en todas las estaciones del año. Dormir cuando sopla el viento de levante sin ni siquiera inmutarte, valorar su belleza cuando se torna gris, reconocer la crecida del río cuando invade con su lengua marrón el azul de las aguas, descubrir la nostalgia de la playa desierta,…
Y si bastó, aquel día, para que un montón de conchas, caracolas, cangrejos, calamares gigantes, fósiles misteriosos,…. tesoros iluminados por la luz de los ojos infantiles, despertasen esos lejanos recuerdos en mi mente... Observando a los pequeños quietos cuando íbamos satisfechos, aunque cansados, de vuelta a nuestro pueblo. Me pregunte en silencio… ¿qué recuerdos conservaran nuestros niños de este, su primer año en el colegio?
A punto de concluir el curso con la llegada del verano ¿Serán capaces de evocar estos días en su mente de adultos? Seguramente no. Por la experiencia de años sé que la mente de los niños olvida fácilmente. Sé que cuando maduren no recordarán nada de estos momentos, pero también sé con certeza que la sensación dulce de haber sido felices seguirá persiguiéndoles siempre como parte de sus sueños.
Sobre el atalaya que nos suponía los asientos del autobús contemplábamos entusiasmados las olas y el azul intenso que lo caracteriza en los días soleados.
Nada más entrar en el lugar de destino, nos invadió todo un mar de sensaciones. El olor a marisma, los objetos marinos, el colorido de las aulas que lo componen y la atractiva decoración que envuelve a sus ambientes. La simpatía de las personas que nos recibieron y la confianza que sintieron los peques al poder oír el mar dentro de una caracola, acariciar las conchas, empuñar una espada hecha con la de un pez, saludar a las tortugas, gritar de gozo o espanto cuando la raya les obsequiaba con su pase, pegada al cristal,….
Si para cualquier malagueño, el mar le evoca recuerdos imborrables de su infancia, para los que hemos vivido los primeros años junto a este, muchísimo más. La sensación de la arena en los pies descalzos, el olor de la playa, la aspereza de las piedras, el tacto de los miles de tesoros que encontrábamos en la orilla, el olor de la candela y de las sardinas asadas, el tan-tan de tus pies al colarte en las barcas, el rumor de las olas junto al lejano eco de la canción del verano en la máquina tocadiscos del merendero cercano, aquellas ratitas hechas con conchas con las que obsequiaba año tras año a mis amigas francesas. Y si de verdad has vivido el mar, es que lo has de vivido en todas las estaciones del año. Dormir cuando sopla el viento de levante sin ni siquiera inmutarte, valorar su belleza cuando se torna gris, reconocer la crecida del río cuando invade con su lengua marrón el azul de las aguas, descubrir la nostalgia de la playa desierta,…
Y si bastó, aquel día, para que un montón de conchas, caracolas, cangrejos, calamares gigantes, fósiles misteriosos,…. tesoros iluminados por la luz de los ojos infantiles, despertasen esos lejanos recuerdos en mi mente... Observando a los pequeños quietos cuando íbamos satisfechos, aunque cansados, de vuelta a nuestro pueblo. Me pregunte en silencio… ¿qué recuerdos conservaran nuestros niños de este, su primer año en el colegio?
A punto de concluir el curso con la llegada del verano ¿Serán capaces de evocar estos días en su mente de adultos? Seguramente no. Por la experiencia de años sé que la mente de los niños olvida fácilmente. Sé que cuando maduren no recordarán nada de estos momentos, pero también sé con certeza que la sensación dulce de haber sido felices seguirá persiguiéndoles siempre como parte de sus sueños.