El pasado domingo busqué
noticias sobre el estado de Saida María Prieto, la joven que resultó
herida de gravedad durante la gala para la elección de reina del Carnaval de Tenerife. No encontré nada
publicado sobre ella desde hacía varios días. Sí que hallé noticias
relacionadas con el gran desfile de clausura del Carnaval y los actos finales, haciendo
alarde de su grandiosidad y apoteosis.
Hoy, que todavía no ha aparecido ningún dato nuevo sobre
esta chica, me pregunto si verdaderamente saben que existe o únicamente se le
consideran como una parte más de ese suntuoso vestido que quedó reducido a
cenizas en dos minutos. Quisiera saber si acaso los medios son conscientes de que no
se trataba de un abalorio más en el gran montaje de la gala, uno más de esos
muñequitos egipcios que sobrevivieron a la quema.
Me preguntó cómo irán viviendo, estos largos días, en esa
familia, y no puedo más que tenerlos
presente y mandarles en la distancia todo el aliento y la fuerza que me sale
del corazón de madre para aliviar, en lo poco, estas horas de sufrimiento.
Hoy pensaba acerca de mis hijos, en sus características
únicas e irrepetibles, en sus sueños e ilusiones,… E, irremediablemente, me
surgió esta duda: “Si no sus padres… ¿quién?
Porque si no somos
los padres los que les apoyamos, los que le afrecemos aliento en los
fracasos, los que le damos el empujoncito ante la duda, los
que le vamos proporcionando buenos momentos que tornen en recuerdos positivos, los que le acompañamos en las caídas, en las heridas, en las debilidades,…
Si no los padres… ¿quién?
Que importante es, que hechos como estos, nos enseñen a poner
las cosas donde van. A priorizar en nuestras valoraciones. A apreciar el valor que
tiene un minuto de afecto en la familia. A reforzar
nuestra entrega diaria. A renovar nuestra responsabilidad como padres.
En Tenerife, no queda más que el eco de desfiles, galas y
fiestas. La rutina regresa. Pero en una sala de hospital, alejada de su tierra,
permanece Saida. La fuerza para luchar se la darán aquellos que la quieren
de verás, aquellos que hoy la añoran, los que permanecen a su lado. Esos que no emplean a sus jóvenes como material de "usar y tirar".
Ojalá seamos capaces de transmitir a nuestros hijos, auténticos
valores de lealtad, solidaridad, empatía, renuncia en pro de la amistad... Algo
que creo que no aprenderán ni en los medios de comunicación, ni en estos
grandes y apoteósicos eventos, vacíos del sentido del auténtico valor de la persona.